Somos nómadas, somos soñadores.
Ana Perales

Querida Ana: somos nómadas –contestaba un amigo hace días a mis disculpas por no haber cumplido un compromiso.
Fue una respuesta, como él, delicada y gentil, poéticamente reveladora de nuestra naturaleza, de la que me propongo escribir unas palabras.
Todo ser humano es una matriz de infinitas dimensiones, inclasificable en cualquier sentido por ambiguo e impredecible. Soy consciente de ello, pero mi personalidad racional y calificadora busca la simplificación y tiende a juzgar en las cuestiones que considero fundamentales. Una de ellas es el modo en que cada hombre o mujer amortiza su libertad.
Reconozco a mi alrededor vidas estables, instaladas en los cauces previstos, que necesitan la raigambre y perdurabilidad; no es mi manera de estar en el mundo, quizás por eso las encuentro estáticas y aburridas. Otros, mas inquietos, tenemos un horizonte abstracto; hacemos de la búsqueda nuestro camino, curiosos de lo que pueda haber un paso más allá. Somos nómadas, como decía mi amigo, en un sentido figurado y espiritual, y nuestra otra cara de la moneda, el precio de la emoción o el hallazgo, es la esperanza frustrada.
Leo en mi libreta de apuntes una nota tomada hace años de las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar:
Cada hombre está eternamente obligado a elegir, en el curso de su breve vida, entre la esperanza infatigable y la prudente falta de esperanza, entre las delicias del caos y las de la estabilidad. A elegir entre ellas o a acordarlas alguna vez entre sí.
Estables o curiosos, nos miramos unos a otros con recelo y envidia secreta. Eternos insatisfechos, nos cuesta aceptar la propia esencia, dudas y miedos nos impiden disfrutar de nuestra elección con plenitud. Los que se decantaron por la seguridad de un paradigma estable parecen orgullosos de haber consumido su libertad en una opción y, sin embargo, anhelan reservadamente la pasión del descubrimiento. Los nómadas sentimentales o espirituales, los que siempre pedimos otra carta porque la realidad nos resulta insuficiente, creemos conservar aún el capital de nuestra libertad, sin reconocer que, no gastándola, la estamos agotando; nos engañamos a nosotros mismos fantaseando con la idea de asentarnos al fin.

Toda vida humana está articulada narrativamente como una sucesión de pequeñas vidas: las personas más estables tienen una trayectoria lineal; los inquietos sentimos la necesidad de probar nuevos caminos, damos bordadas. Abiertos y libres por naturaleza, aparecen ante nosotros posibilidades inesperadas, invariablemente inciertas, incompletas e imperfectas. Vivimos a golpes de caleidoscopio: en la amistad, en el amor, el trabajo, en diferentes entornos intelectuales o espirituales, capítulos casi cerrados van cambiando sucesivamente el tono de la historia en la que el protagonista somos nosotros mismos. Mirar atrás nos produce una sensación de extrañamiento; sin embargo, por muy lejos que las condiciones actuales nos hayan llevado, nos sentimos íntimamente ligados a las historias pasadas que han conformado nuestro espíritu. Mirar hacia adelante, buscar, es nuestra manera de transitar.
Escribe Hölderlin en su Poema de la vida -Lebenslauf-:
Ha de probarlo todo, según los Celestiales,
el hombre, para que con el recio alimento
aprenda a agradecerlo todo, entienda
que tiene libertad para irse a donde quiera.