Hipólito no fue únicamente una figura del mito, sino también del culto

Cuando leí “Hipólito”de Eurípides, pensé en que cada uno de nosotros puede asumir múltiples identidades no solo en la dimensión diacrónica (es decir, viviendo diferentes roles separados en el tiempo), sino también en la sincrónica (viviendo múltiples roles de identidad al mismo tiempo).
Al terminar mis estudios universitarios de Comunicación, realicé como Trabajo de Fin de Grado una adaptación surrealista y libre, en drama musicalizado para danza española, de la tragedia del “más trágico de los poetas”, en opinión de Aristóteles.
Un espejo sincrónico el de todos los personajes, gracias al hado de una artista fascinante y transgresora: AMPARO SILLER (Sta. Siller), una suerte de bailaora flamenca elevada a pin-up que ha llegado a convertirse en una de las mejores artistas de burlesque en España.
Dos mujeres dominadas por almas complejas, de actitudes difícilmente justificables dentro del racionalismo, y que habían provocado a la hýbris o insolencia a los dioses más de una vez, acarreando el enojo de éstos y, por consiguiente, el desastre y la tragedia final, donde la phýsis acabó dominando al nómos.
Amparo fuera la protagonista, procuraró el vestuario, realizó las coreografías en danza española sobre la música que había visionado para el cortometraje y, sin presupuesto, nos pusimos manos a la obra.
En aquellos días, yo vivía en el Sur, en un lugar idílico pero terriblemente aburrido para una gorrioncilla de ciudad. Cuando escapaba de mi jaula de oro, visitaba el pueblo de al lado. Allí conocí a Enrique Mora, un audaz fotógrafo, que me dijo sí a todo antes de leer el guión; así que empapelamos su pequeño estudio con cartulinas verdes para hacer un croma key y, él con su cámara y yo con la mía, realizamos el rodaje en la playa y en su casa.
Seis personajes en el sentimiento de Fedra, que es definido por ella misma como amor erótico, es aplicado a una mujer por única vez en toda la tragedia euripidea.
Este sentimiento sitúa a Fedra entre la locura (producto del embrutecimiento interior) y el amor entendido como posesión externa, o sea «loca por devorar», «voraz», o algo semejante.
La muerte de Fedra es el producto de otro deseo: del deseo impulsivo por resolver mediante la autodestrucción una situación generada por su propia incapacidad para comprender la realidad en la que se ha visto involucrada, provocando tanto su muerte como la de Hipólito.
Eurípides termina demostrando, a través de Fedra, la existencia de personas semejantes. De eso se trata, de la condición humana.